La iconografía la dicta el contrato, donde el clérigo exige que el Cristo «ha de estar vivo antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, mirando a cualquier persona que estuviese orando al pie de Él, como que está el mismo Cristo hablándole y como quejándose de que aquello que padece es por él.»
El maestro quiere y sabe que puede hacer una obra excelente y añade que «ha de ser mejor que uno que hice… para las provincias del Perú… Tengo gran deseo de acabar y hacer una pieza semejante para que permanezca en España y que no se lleve a las Indias ni a cualquier otro país, para renombre del maestro, que la hizo para gloria de Dios.»
A la entrega de la talla Montañés recibió 300 ducados y además una gratificación de 600 reales, lo que indica la satisfacción del clérigo.
«El cuerpo, suavemente modelado, puede considerarse como un prodigio virtuosista. No es fácil traspasar la perfección técnica de esta obra... equilibrio entre belleza física y transporte espiritual... se mantiene alejado de la exhibición sangrienta... se acude a una corona de espinas natural, detalle de barroquismo... Pacheco policromó esta pieza con exquisita maestría... La carne mate y fresca» (Martín González).
Es «perfecto de dibujo, modelado, talla y anatomía, donde todo está equilibrado, sirviendo la materia como puro soporte de la idea» (Hernández Díaz).
La composición trapezoidal por los cuatro clavos le da serenidad y reposo; el canon alargado es aún manierista, perfecta síntesis entre la belleza clásica del cuerpo y el intenso realismo que dimana de él; el sudario envuelve suave las caderas, se anuda a un costado y se amontona rítmicamente en múltiples pliegues delgados, como corresponde a una tela muy fina pero recia, cuyo movimiento quiebra la quietud vertical. «Es una interpretación manierista por excelencia. Cristo apolíneo, sin apenas magulladuras ni heridas, salvo las de los clavos... y las producidas por la corona de espinas... Cristo triunfante en su belleza de Dios-Hombre, en la Cruz, símbolo de salvación más que de martirio» concluye Alberto Villar.
Con este Cristo Montañés define el prototipo de los crucificados sevillanos. «Es sobre todo la obra de un genio en trance de inspiración», añade G.-M. y el resto de la crítica lo destaca como el Cristo más bello de la escultura barroca y una de las más hermosas realizaciones del arte universal, comparable a las obras de Praxiteles o de Lisipo.
Catálogo de Martínez Montañés en la Universidad de Sevilla (pincha)