La reina Isabel II con la princesa de Asturias. Franz X Winterhalter (1855). © Patrimonio Nacional. Palacio Real de Madrid. |
Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes destinos», fue reina de España entre 1833 y 1868, fecha en la que fue destronada por la llamada «Revolución Gloriosa». Su reinado ocupa uno de los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX, caracterizado por los profundos procesos de cambio político que trae consigo la Revolución liberal: el liberalismo político y la consolidación del nuevo Estado de impronta liberal y parlamentaria, junto a las transformaciones socio-económicas que alumbran en España la sociedad y la economía contemporánea.
El historiador José Luis Comellas describe a Isabel II como «Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en el que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería o con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes».
Isabel II, es hija de Fernando VII, “el rey felón”, y María Cristina. Tras la derogación por su padre de la ley sálica, que impedía a las mujeres reinar, se convertirá en reina de España cuando alcance la mayoría de edad a los 13 años. No será reconocida por su tío Carlos María Isidro, lo que dará lugar a las Guerras Carlistas, con apoyo de los absolutistas.
Isabel II, de niña (anónimo) |
Los datos biográficos demuestran que no tuvo suerte, era mujer, pasó su infancia sin un ambiente familiar, ni la afectividad materna, se la rodeó de preceptores y ayas poco adecuados para educar a una futura reina, como Sor Patrocinio, monja llena de supersticiones, oscurantismo, extremada religiosidad que ejerció una fuerte influencia. Accedió a un trono cuestionado y le obligaron a casarse con 16 años con una persona no querida.
En el terreno de la instrucción, se comprueba una educación escasa, descuidada, nada apropiada para ser reina. Si a esa precariedad en su formación unimos lo prematuro de su mayoría de edad, 13 años es fácil entender que estuviera sujeta a los vaivenes políticos, a los intereses familiares, a las camarillas cortesanas y que tuviera dificultades para cumplir de forma eficaz las funciones políticas que el sistema constitucional le confería.
La misma Isabel reconocía en una de las conversaciones que mantuvo en 1902 con Pérez Galdós, el poder le llegó muy pronto y con él la adulación, las manipulaciones y conspiraciones propias de la Corte:
«¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo?... Póngase en mi caso...» («La reina Isabel», en Memoranda, p. 22)
Así describía el conde de Romanones a Isabel II:
"A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo, de la aritmética apenas sólo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran lo juguetes y los perritos. Por haber estado exclusivamente en manos de los camaristas ignoraba las reglas del buen comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas características, de algún modo, la acompañaron toda su vida”.
Isabel niña.Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina |
CAPÍTULO 78 La reina niña
Fue Isabel una niña algo corta de entendederas y de educación tan descuidada que era prácticamente analfabeta. En lo que resultó precoz fue en el sexo; en parte, porque había heredado el carácter ardiente y lujurioso de la familia y, en parte, porque la corrompieron sus propios tutores. A los trece años, declararon su mayoría de edad y, a los dieciséis, la casaron con su primo Francisco de Asís, ocho años mayor que ella y descendiente también de Felipe V, el primer Borbón español.
Isabel II y Francisco de Asís |
A la edad de 16 años es obligada a casarse con con su primo Francisco de Asís, llamado también “Paquita”. Aseguran los historiadores que cuando la reina se enteró de quién iba a ser su futuro esposo exclamó: "¡No, con Paquita no!”
La misma Reina comentó lo que pensó sobre Francisco de Asís en la noche de bodas: “Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo”.
Eslava Galán dice: Francisco de Asís era un bisexual notorio. El pueblo, con mordaz ingenio, lo apodó Pasta Flora y Doña Paquita.
Una vida desgraciada junto a su afeminado marido impuesto y con un problema de mal formación de la uretra (hipospadias). Lo que para unos fue insatisfacción en su vida amorosa, para otros, principalmente enemigos políticos, se convirtió en ninfomanía y lujuria desatada.
Una copla popular decía de don Francisco:
“Gran problema es en la Corte
averiguar si el consorte
cuando acude al excusado
mea de pie o mea sentado.”
Mientras Isabel orientaba su vida afectiva y sexual rodeándose de una corte de amantes, su primo consorte se relacionó con un joven galán, Antonio Ramón Meneses, con quien parece ser que logró cierta estabilidad emocional.
Oficialmente, Isabel II de Borbón y Francisco tuvieron doce hijos, de los que sólo sobrevivieron cinco. Uno de ellos, el que sería el rey Alfonso XII. Amantes de la reina hubo muchos. Uno de ellos fue el general Francisco Serrano, “el general bonito”. Otro de sus amantes fue el militar Enrique Puig Moltó, a quién se atribuía la paternidad del futuro Alfonso XII, más conocido popularmente como “el puigmolteño” o "puigmoltejo". Cuentan que Isabel dijo a Alfonso: “Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía”.
Son famosas las láminas satíricas de los hermanos Bécquer que firmaron bajo el seudónimo de SEM, pintadas a la acuarela, donde se caricaturiza a Isabel II en posturas indecentes, incluso pornográficas, todas ella descritas con textos satíricos. La obra se realizó durante el bienio 1868-1869.
Tras el triunfo de la revolución de 1968, Isabel II, que se encontraba de vacaciones en Guipúzcoa, era destronada y marchaba al exilio en Francia con su marido e hijos, acogida por el emperador Napoleón III, pasará el resto de su vida, 30 años, en París en el palacio de Castilla. No volvería excepto contadas ocasiones, nunca a España, murió en 1904.
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