Identificación
Obra: escultura de bulto redondo. Busto femenino de la esposa del faraón Amenofis IV. Altura: 47 cm. Peso: 20 Kg.
Material: realizada en piedra caliza y yeso. Policromada.
Autor: Tutmose, artesano y maestro escultorde Akenaton
Cronología: reinado de Akenatón o Amenofis IV. Imperio Nuevo. 1330 AC. XVIII dinastía. Autor: Tutmose, artesano y maestro escultorde Akenaton
Localización: apareció en las excavaciones de Tell Amarna. Hoy se encuentra en el Nuevo Museo de Berlín.
Nombre: Neferu Atón Nefertiti, esposa del faraón Akenatón o Ajnatón (Amenofis IV).
Su nombre se traduce como: "Bondad de Atón, la bella ha llegado"
Estilo: Arte egipcio
Lee el comentario del profesor T. Pérez, es precioso.
"El busto fue hallado en 1912 durante las excavaciones que se estaban realizando en el yacimiento de la ciudad real de Tell Amarna, la antigua capital de Egipto durante el reinado del herético faraón Amenofis IV o Akenatón. La pieza se halló levemente deteriorada, pues le falta la incrustación de ojo izquierdo y la oreja está descascarillada.
Contemplé,
por primera vez en vivo, el busto de esta hermosa y popular reina
egipcia en el verano de 2009, poco antes de que el busto fuese
trasladado al recién rehabilitado Neues Museum de Berlín
(el antiguo edificio había sido destruido en 1945, durante la Segunda
Guerra Mundial). El Museo Egipcio de Berlín estaba clausurado y las
obras y piezas que éste exhibía habían sido dispersadas por los
diferentes museos de la capital germana. He de reconocer que en su
temporal ubicación en una de las salas del Altes Museum, el busto "casi"
pasaba desapercibido. Se hallaba en una sala abigarrada de piezas y de
visitantes, envuelta en una nube de flases y, para mortificación de
los amantes de la fotografía, encerrada en una urna de cristal o
metacrilato.
Debí de retroceder para "descubrirla" y verla por primera vez. Allí estaba: altanera y bella como un cisne, con la barbilla y el mentón afilados, desafiando el paso de los siglos. Es difícil percibir y describir las sensaciones que produce la contemplación de una obra de arte que ya se conoce por las inumerables reproducciones vistas con anterioridad. Pero el "aura" estaba allí, inexplicablemente. Fue un milagro el poder contemplarla en solitario, sin el agobio de los flases de los turistas pretendiendo atrapar su cálida belleza. La fina simetría del rostro, su sensual bronceado. Los ojos firmemente perfilados y orgullosos. Todo estaba allí intacto, a pesar de las leves dentelladas del tiempo. Intacto estaba, también, el sublime esfuerzo del escultor Tutmose por plasmar en la blanda caliza la belleza idealizada de la reina. Es tal la armonía que se percibe y que desprende, que todavía hoy ese rostro nos asombra con sus perfectas proporciones. Perfecta es la tiara ceremonial que porta, así como el pectoral adornado de abalorios. La pieza está perfectamente dividida en tres partes. He ahí la clave: su belleza reside en la prodigiosa armonía de las partes que configuran el busto. ¿Inventaron los griegos la noción occidental de belleza? o ¿Tal vez la aprendieron, como tantas otras cosas, de los egipcios? (ya sé que este busto es, por su realismo idealizado, una excepción en el convencional arte egipcio, más atento a la conservación de aquellos rasgos que vinculan la imagen con la eternidad y la vida en el más allá, pero...).
Es perfecta en su equilibrada composición: el busto se ensancha en la parte superior con la forma trapezoidal de la tiara, se estrecha en el rostro y vuelve a ensancharse en la base, coincidiendo con la mayor anchura de los hombros. Esta disposición refuerza la contemplación de lo que es esencial en esta escultura: el rostro. La forma arqueada del busto, como si Nefertiti se aproximara al espectador, todavía refuerza más esta sensación.
El busto realza su belleza mediante el tratamiento que el escultor hace del color, con tonos suaves y armoniosos, haciendo que resplandezca el azul turquesa perfectamente combinado con el tono ocre tostado de la piel.
Es perfecto el rostro: por el tratamiento de las facciones y la finísima ejecución de cada detalle. Las cejas simétricas y marcadas a través de dos líneas sutiles que abren la mirada; los ojos perfilados por el kohl. La nariz recta y precisa y los labios sensuales y carnosos, tan orientales. Todo ello en un rostro de cutis finísimo y delicado, como si la reina hubiera sido siempre joven, con esa tersura en la piel que sólo se posee entre la adolescencia y la primera juventud.
Y todo ello lo percibimos desde la serena distancia que otorga el tiempo. La reina nos contempla, orgullosa y bella, desde el interior de la urna en la que se exhibe. Su serena belleza todavía hoy nos asombra y conmueve pues, si hubiera que comenzar a escribir una Historia de la Belleza ¿Cómo no empezar por ella?"
Debí de retroceder para "descubrirla" y verla por primera vez. Allí estaba: altanera y bella como un cisne, con la barbilla y el mentón afilados, desafiando el paso de los siglos. Es difícil percibir y describir las sensaciones que produce la contemplación de una obra de arte que ya se conoce por las inumerables reproducciones vistas con anterioridad. Pero el "aura" estaba allí, inexplicablemente. Fue un milagro el poder contemplarla en solitario, sin el agobio de los flases de los turistas pretendiendo atrapar su cálida belleza. La fina simetría del rostro, su sensual bronceado. Los ojos firmemente perfilados y orgullosos. Todo estaba allí intacto, a pesar de las leves dentelladas del tiempo. Intacto estaba, también, el sublime esfuerzo del escultor Tutmose por plasmar en la blanda caliza la belleza idealizada de la reina. Es tal la armonía que se percibe y que desprende, que todavía hoy ese rostro nos asombra con sus perfectas proporciones. Perfecta es la tiara ceremonial que porta, así como el pectoral adornado de abalorios. La pieza está perfectamente dividida en tres partes. He ahí la clave: su belleza reside en la prodigiosa armonía de las partes que configuran el busto. ¿Inventaron los griegos la noción occidental de belleza? o ¿Tal vez la aprendieron, como tantas otras cosas, de los egipcios? (ya sé que este busto es, por su realismo idealizado, una excepción en el convencional arte egipcio, más atento a la conservación de aquellos rasgos que vinculan la imagen con la eternidad y la vida en el más allá, pero...).
Es perfecta en su equilibrada composición: el busto se ensancha en la parte superior con la forma trapezoidal de la tiara, se estrecha en el rostro y vuelve a ensancharse en la base, coincidiendo con la mayor anchura de los hombros. Esta disposición refuerza la contemplación de lo que es esencial en esta escultura: el rostro. La forma arqueada del busto, como si Nefertiti se aproximara al espectador, todavía refuerza más esta sensación.
El busto realza su belleza mediante el tratamiento que el escultor hace del color, con tonos suaves y armoniosos, haciendo que resplandezca el azul turquesa perfectamente combinado con el tono ocre tostado de la piel.
Es perfecto el rostro: por el tratamiento de las facciones y la finísima ejecución de cada detalle. Las cejas simétricas y marcadas a través de dos líneas sutiles que abren la mirada; los ojos perfilados por el kohl. La nariz recta y precisa y los labios sensuales y carnosos, tan orientales. Todo ello en un rostro de cutis finísimo y delicado, como si la reina hubiera sido siempre joven, con esa tersura en la piel que sólo se posee entre la adolescencia y la primera juventud.
Y todo ello lo percibimos desde la serena distancia que otorga el tiempo. La reina nos contempla, orgullosa y bella, desde el interior de la urna en la que se exhibe. Su serena belleza todavía hoy nos asombra y conmueve pues, si hubiera que comenzar a escribir una Historia de la Belleza ¿Cómo no empezar por ella?"
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